lunes, 9 de enero de 2012

Huellas en la arena

Hace tanto tiempo que escribo, que mi mente ha olvidado cómo se hacía.
Si nunca has escrito, no podrás comprenderlo, pero aún así trataré de explicarlo.
En la mente de una persona hay varios caminos.
Hay caminos transitables, caminos bien asfaltados, autopistas y caminos de cabras.
Hay incluso caminos que no existen y que tienes que abrir tu.
Ese último tipo de camino es el de la escritura.
Tu mente es un bosque, enorme, profundo, secreto y misterioso.
Antiguo como el mundo, insondable como la vida misma.
Y es por eso que hay tan pocos escritores.
Porque primero debes tener ese bosque en tu cabeza.
Hay gente que no tiene un bosque.
Hay gente que tiene praderas, ríos, montes, lagunas, playas, montañas...
Y según la orografía de tu mente, tienes un talento u otro.
Al igual que no todo el mundo tiene el mismo tipo de bosque.
Por eso cada escritor es un mundo, independientemente de la cantidad que escribas.
Pero me estoy desviando. Volvamos al camino.
El camino de la escritura es un camino inexistente, que tu mismo debes abrir en el bosque que es tu mente.
Y como todo el mundo sabe, los bosques, tanto los reales como los propios del intelecto, están en continuo crecimiento, en continua expansión.
Y ese es el problema.
Cuando dejas de escribir, aunque sea durante unos días o una semana, ese sendero que ya tenías abierto, se vuelve a cerrar.
Dependiendo de la fuerza de tu bosque o de la cantidad de veces que hayas recorrido dicho sendero, cerrará más o menos, pero siempre vuelve a cerrar.
Y de ti depende volver a abrirlo.
Como estoy haciendo yo ahora mismo. La última entrada fue lo último que escribí.
El sendero se ha cerrado, y se nota cuando intentas atravesar el bosque, pero aún no ha crecido ningún árbol en él.
Solo algo de maleza, unos cuantos rastrojos y muchas zarzas, pero nada que no pueda arreglarse.
Y así, letra a letra, golpe a golpe, voy vaciando lo que el tiempo y el descuido han llenado.
Poco a poco, paso a paso, las palabras vuelven a acudir a mi mente, a liberarla de las cadenas que el tedio, la rutina y la falta de inspiración le habían impuesto.
Y poco a poco, suspiro a suspiro, vuelvo a ser libre...