lunes, 15 de noviembre de 2010

¿Sexo?

Acción que proporciona diversión, placer o descanso, ajena a otros fines productivos, competitivos o de trabajo.
¿Sexo?
No, recreación.
Derrochando un tiempo del que carezco.
Volando sobre un cielo encapotado que impide ver las estrellas y la luna dibujándose con su luz sobre el oscuro universo.
Una niña sentada en medio de una habitación, tratando de hablar con una anciana que la acuna.
Y entre ellas, una muchacha de unos veinte años y una mujer de unos cuarenta.
Es el consejo de sabias.
Entre todas, tratan de encontrar la solución a todos los problemas que las acosan.
Pero lamentablemente, no estan solas para decidir. Todos sus parientes tienen una opinión que darles.
Y el consejo de sabias está indeciso.
La niña dice que vuelva a su hogar, al calor de su padre que la quiere.
La jóven ve ante sí todo su futuro y vota por correr hacia él, librando las batallas que hagan falta hasta lograr su objetivo: la felicidad.
La mujer adulta trata de proponer mirar hacia delante, pero despacio, sin prisa, dando los rodeos necesarios para no herir a nadie en el camino, asegurándose de cada paso antes de dar el siguiente.
La anciana por su parte mantiene silencio y sus ojos viajan de una a la otra, tratando de calibrar quién tiene la razón.
Y entre sus razonamientos se intercalan pensamientos y ideas de aquellos que la rodean.
Vete.
No te alejes.
Vuelve.
No te vayas.
Ven.
No te quedes.
Quédate.
Ya no sé a donde ir, mi aquelarre no consigue descifrar el significado de las runas...
Hoy hace once días que mi hermana me tiró de casa bajo el pretexto de que no aguantaba que yo estuviera más gorda de lo que la moda dictamina.
Increíblemente, no hecho de menos a mi familia ni el calor del hogar.
Tengo la suerte de contar con gente que me quiere y me respeta a mi alrededor.
En estos once días he vivido en El Perelló, me he acostumbrado a su lentitud, a su sosiego, a la imperciptibilidad del tiempo.
Nadie hace algo que no quiere, nadie sonrie y saluda si no sienten que deben hacerlo.
Yo, sin embargo, me he visto ahogada por la prisa y los agobios propios de la gran ciudad de Valencia, y semiobligada a volver a su seno lleno de humo y prisas aún con riesgo de que la cuidad continuara su imparable crecimiento y expansión por mi piel, mi pecho y mi alma.
Y aún a sabiendas de que era una mala opción, me he arriesgado a volver a pisar sus asfaltadas aceras.
Pero ésto no me ha echo bajar la cabeza, ni mirar al suelo.
Y no soy una carga para nadie.
Comparto las tareas de la casa, ayudo a mis primos en todo aquello que necesitan o quieren, trato de ser una hermana para ellos, sin la presión de ser su madre, porque mi tía sí que viene a tiempo de ayudar a sus hijos con los deberes.
Tampoco planeo quedarme aquí eternamente.
Ni en casa de mi abuela.
Voy a buscarme un trabajo. Cobraré poco y trabajaré mucho, pero ahorrando poco a poco, conseguiré pagarme un alquiler a medias con algunos otros estudiantes.
Necesitaré tiempo y ayuda, pero no pienso dejar que el gris que envuelve las mañanas de la gran ciudad contagie con sus presagios mi alma aventurera.
¿Y podeis imaginar una aventura mayor que la de vivir?
Una sonrisa.