lunes, 28 de noviembre de 2011

Un día frío...

Un día frío, de los primeros del invierno.
La lluvia, helada y constante apabulla el ánimo de las personas, hundiéndolas en las calles anegadas de lágrimas del cielo.
En el suelo, las hojas que cayeron de los árboles se pudren antes de que alguien las recoja, y sin que nadie se de cuenta del calvario que sufren.
Nadie tiene tiempo de mirar al suelo. Ni al cielo. Ni de asomarse a los ojos de otra persona.
No tienes que ser aquello que otros quieren que seas, pero tienes que querer que otros quieran lo que tu eres.
Y semejante frasecita se clava entre las costillas, haciendo daño cuando respiras.
La búsqueda de la perfección te esta dejando marcada, porque poco te importan los pequeños baches que no ves, las pequeñas piedras que no sientes bajo tus plantas, pero que cortan y magullan sin que nadie cure esas heridas. Son poco importantes.
Y de repente te das cuenta de que tienes que parar, que no te queda energía para llegar a todo, que tienes que elegir, y que no estas preparada para aquello para lo que te entrenabas.
El momento ha llegado demasiado pronto y tu no estás lista para afrontarlo.
Y escupes palabras, taladras suspiros y marcas guiños, esperando que nadie note que estás tratando de respirar con calma y retomar fuerzas.
Golpeas a diestro y siniestro a aquellos que quieren ayudarte y que muestran tu debilidad por tal o cual aspecto de tu vida, como si eso fuera a hacer que esos aspectos fueran menos ciertos, como si el silencio de los que te rodean fuera la falta de cosas en las que mejorar, en vez de el silencio de aquellos que te dejan respirar...
Y de repente te das cuenta de que contener el aliento no significa dejar de respirar...
Y la sonrisa que se pinta en tu cara es premio más que suficiente para mi...

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