lunes, 15 de noviembre de 2010

Hoy hace once días que mi hermana me tiró de casa bajo el pretexto de que no aguantaba que yo estuviera más gorda de lo que la moda dictamina.
Increíblemente, no hecho de menos a mi familia ni el calor del hogar.
Tengo la suerte de contar con gente que me quiere y me respeta a mi alrededor.
En estos once días he vivido en El Perelló, me he acostumbrado a su lentitud, a su sosiego, a la imperciptibilidad del tiempo.
Nadie hace algo que no quiere, nadie sonrie y saluda si no sienten que deben hacerlo.
Yo, sin embargo, me he visto ahogada por la prisa y los agobios propios de la gran ciudad de Valencia, y semiobligada a volver a su seno lleno de humo y prisas aún con riesgo de que la cuidad continuara su imparable crecimiento y expansión por mi piel, mi pecho y mi alma.
Y aún a sabiendas de que era una mala opción, me he arriesgado a volver a pisar sus asfaltadas aceras.
Pero ésto no me ha echo bajar la cabeza, ni mirar al suelo.
Y no soy una carga para nadie.
Comparto las tareas de la casa, ayudo a mis primos en todo aquello que necesitan o quieren, trato de ser una hermana para ellos, sin la presión de ser su madre, porque mi tía sí que viene a tiempo de ayudar a sus hijos con los deberes.
Tampoco planeo quedarme aquí eternamente.
Ni en casa de mi abuela.
Voy a buscarme un trabajo. Cobraré poco y trabajaré mucho, pero ahorrando poco a poco, conseguiré pagarme un alquiler a medias con algunos otros estudiantes.
Necesitaré tiempo y ayuda, pero no pienso dejar que el gris que envuelve las mañanas de la gran ciudad contagie con sus presagios mi alma aventurera.
¿Y podeis imaginar una aventura mayor que la de vivir?
Una sonrisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario