jueves, 23 de septiembre de 2010

Presión en mi garganta que amenaza con cerrar mis vías respiratorias.
Con cortar el flujo de gases hacia mis pulmones, impidiendo la transferencia de oxígeno y dióxido de carbono en los alveolos pulmonares.
Dolor estrangulante en el pecho, zona superior izquierda, como si mis carótidas se hubieran comprimido y hicieran que el corazón se encogiera, acurrucándose en el pericardio, buscando el frío entre el asfixiante calor que se da en mi cavidad torácica.
Arterias contraídas a la altura de mis sienes que cierran el paso de sangre al cerebro, produciendo un incipiente dolor de cabeza que amenaza con no dejar que mañana asista a mis clases.
Ojos hinchados, párpados contraídos, alta concentración sanguínea en mis globos oculares.
Lacrimales al máximo de potencia.
Visión parcialmente nublada por la interferencia del líquido acuoso que destilan.
Es tan fácil describir los síntomas de la tristeza...
Y tan difícil describir la tristeza en sí...
Sobretodo cuando la misma se halla mezclada con dolor, enfado y rabia.
Mi corazón me pide la baja por incapacidad, dice que no aguanta más estocadas por la espalda, más ataques contra su pobre estructura...
Y ahora, ¿qué hago?

1 comentario:

  1. Volver a mirar a tu alrededor...siempre hay alguien que sabe valorar lo que entregas...sonríe y piensa lo bien que te sentites mientras creías...tu suerte..es la capacidad de expresar y dar...no la pierdas. Te encontré por casualidad entre blogs..y he decidido acompañarte. Un saludo, Elena

    ResponderEliminar