miércoles, 27 de octubre de 2010

Se aceptan sugerencias...

Lágrimas que se asoman a mis párpados, que se dejan caer con lentitud...
Pero tan apáticas que no llegan a deslizarse hasta las comisuras de mis labios, que no llegan a precipitarse al vacío desde mi mandíbula.
Lágrimas ácidas que tratan de limpiar el rechazo y la traición que me tiraste a la cara la última vez que hablamos.
Repetir mis errores una y otra vez, sin avanzar, sin mejorar, sin intentar crecer.
Simplemente pasando un día junto al otro, dejando que las fechas vayan cambiando: 23, 24, 25, 26, 27, 28...
Así hasta que termine el mes, y entonces, vuelta a empezar.
Ya no tengo ganas de seguir intentando pensar que la gente es buena, que está equivocada.
Que nadie hace daño solo por hacerlo.
Que simplemente no piensan en la otra persona cuando dejan volar sus instintos.
" - He perdido la fe en el mundo, maestro.
- Eso es porque has perdido la fe en ti mismo. Y hasta que no soluciones eso, nada va a cambiar."
Y sigo buscando la raíz de mis problemas en el fondo de una cerveza, entre las patatas de una hamburguesa, en el calor de un sofá, entre las imágenes de un televisor o entre, los pixels de una pantalla.
Y se que va en contra mía, que no saco nada en claro con ésto, que solo conseguirá hundirme más.
Pero es la rutina.
Nos conocemos.
Charlamos.
Hay algo, una chispa, algo que nos une.
Empezamos a descubrir al otro.
Empezamos algo.
Te arrepientes, te asustas, aparece otra.
Te vas.
Me duele.
Lloro.
Llamo a Lisa.
Trata de consolarme.
Bebemos juntas.
Vuelvo a casa más tranquila.
Me escondo en los libros, la comida, el portátil, la tele o la bebida, muchas veces en todos ellos.
Me siento fea y gorda, incapaz de parecer atractiva a nadie.
Me pongo una película romántica y lloro todos mis traumas.
Y entonces levanto cabeza.
Odio esa puta rutina que me mantiene en vilo durante al menos un mes.
No quiero ser tan predecible, tan dolorosamente vulnerable, tan necesitada de sentirme querida.
Pero así soy.
¿Cómo cambiarlo? Ni idea.
Se aceptan sugerencias.

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