miércoles, 11 de febrero de 2009

Un paseo...



Hoy algo ha cambiado en ti. Sales de la nueva clase de Física adicional, necesaria para conseguir superar esa puñetera asignatura que te persigue como si de una pesadilla se tratara; y decides que no.
Que no te apetece volver a casa deprisa, que no quieres volver a discutir con tu madre, que no quieres llegar ya. Decides que van a llamarte y hasta que no te llamen no vas a volver.
Empiezas a pasear por la ciudad. Es de noche, todas las farolas están encendidas y apenas queda gente por las calles. El tráfico ha ido disminuyendo con la luz y puedes cruzar las calles sin hacer caso a los semáforos. Dejas que tus pies sean arrastrados en la dirección que ellos prefieran, y vas mirando a tu alrededor.
Vas comparando fachadas de edificios, a pesar de que no tienes ni idea de arquitectura. Tampoco pasa nada. No es necesario saber de arquitectura para reconocer un buen trabajo arquitectónico.
Ves a tu alrededor los efectos de la temida crisis económica: muchos locales cerrados, muchos pisos en venta, muchos restaurantes abriendo sus puertas para que el olor a comida sirva de reclamo.
Aun así, los resultados son nefastos. Muy poca gente entra en los bares y restaurantes.

Sigues paseando por el centro de la ciudad mirando todo lo que hay a tu alrededor, todo en lo que no te habías fijado antes.

Ves a la gente correr como si algo les persiguiera, pero no. Sólo son prisas.

Curioso. No disfrutamos de nada porque tenemos prisa por hacer las cosas... Y mientras nos metemos prisas a nosotros mismos pensamos que realmente tenemos que hacer las cosas deprisa para poder hacer otras cosas... que mientras hagamos, estaremos haciendo deprisa y sin disfrutar para poder hacer otras distintas...

No parece tener mucho sentido... pero es nuestra realidad.

Vivimos en un mundo que tiene prisa, desde los más pequeños a los más mayores. Primero tenemos prisa por crecer para que se nos considere alguien con derecho a decidir por sí mismos, luego para entrar pronto en la universidad y conseguir la ansiada independencia, más tarde por acabar la carrera y empezar a ejercer de lo que nos gusta, después por acabar pronto de trabajar para llegar la querida jubilación, que cuando llega busca la muerte.

Cada día más dejamos que las personas mayores vivan en soledad, y ellos acaban sintiéndose una carga y queriendo morir.

Nadie parece querer vivir. Y lo peor es que cuando alguien se da cuenta de lo corta que es la vida y de lo equivocada que está la sociedad y decide que no quiere seguir a las masas y que quiere disfrutar de cada momento que ésta le brinda, resulta que la gente le tacha de ser un/a "viva la vida". Y lo dicen despectivamente.

Simple envidia...


FIN DEL SEGUNDO CAPITULO

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